lunes, 9 de noviembre de 2009

Nobles, crueles o vengativos

El parque nacional Tai, al sur de Costa de Marfil, cubre un área de más de 3.300 kilómetros cuadrados y supone la mayor reserva de selva tropical de África Occidental. Árboles de más de 46 metros de altura se alzan para prevenir la llegada de los rayos del sol, y la penumbra que reina en el corazón del bosque esconde sorprendentes tesoros animales, como leopardos, búfalos, hipopótamos pigmeos, antílopes y elefantes. Por supuesto, también es el reino de los chimpancés. Durante la estación seca, que transcurre desde diciembre hasta febrero, los turistas que hayan conseguido los permisos necesarios pueden acercarse hasta este santuario, pero si alzan la mirada no verán más que una gigantesca maraña de hojas y ramas que forma el dosel de esta selva. Eso sí, a los sonidos habituales de los monos e insectos se les unirán curiosos chasquidos que parecen salidos de gargantas humanas. Las comunidades de chimpancés que viven en las alturas se dedican a partir nueces usando las piedras como martillos, pero ese comportamiento extraordinario está oculto gracias a la opacidad de la selva.
El primatólogo Cristopher Boesch, director del departamento de primates del Instituto Max Planck en Leipzig (Alemania), conoce bien los secretos que hay tras ese umbral oscuro. Hace cinco años, Boesch guió al naturalista David Attenborough y su equipo de la BBC a través de las selvas del Congo para descubrir ante las cámaras las estrategias de caza en grupo de estos monos. Las últimas filmaciones, que utilizan cámaras infrarrojas desde el aire, han desvelado al mundo una estrategia excepcional, una secuencia digna de cualquier película de acción: un grupo de cinco exploradores se desplaza por el suelo de la selva. Entre la cacofonía habitual, sus sentidos son capaces de aislar el sonido que emite su presa, una comunidad de monos colobos que se mueven por una autopista ininterrumpida de ramas, inaccesibles a los pesados cazadores que acechan abajo. Sin embargo, los chimpancés tienen una oportunidad. Avanzan con sigilo para situarse poco a poco debajo de los colobos, que, a decenas de metros más arriba, se creen a salvo. Es un equipo especializado: hay un conductor, un guía, individuos que hacen de bloqueadores y los expertos en emboscadas. El guía es el que se desenvuelve con mayor rapidez y empieza a trepar por uno de los árboles, mientras los otros se quedan abajo, observando; en un determinado momento, la caza comienza. Los chimpancés se alejan rápidamente de la comunidad de colobos, calculando cuáles serán sus movimientos por la autopista arbórea, y dos de los bloqueadores suben eligiendo dos árboles estratégicamente situados a derecha e izquierda. El experto en emboscadas, el chimpancé cazador más experimentado, se desplaza aún más deprisa, eligiendo un árbol más alejado y trepando rápidamente hasta ocultarse.
El guía ataca a los colobos, los cuales, presas del pánico, se dispersan; pero dos de ellos permanecen juntos en la huida. Los bloqueadores les salen al paso; los monos son obligados a huir en una dirección, donde les espera el cazador. Si consiguen romper la trampa, se salvarán. Pero también es probable que caigan en las garras de los chimpancés. El éxito de la cacería es celebrado por el grupo con chillidos y expresiones de ferocidad. Pero tales empresas para conseguir carne suelen ser peligrosas, pues las caídas y las heridas pueden poner en riesgo la integridad de los miembros del grupo de caza.
Las hembras, que no participan en las cacerías, siempre tienen la posibilidad de ofrecer sus servicios sexuales a los machos a cambio de carne. Este hallazgo, documentado por Boesch y la antropóloga Cristina Gomes, ha revelado una característica insólita. "Las chimpancés hembra sólo copulan cuando están en celo", indica Gomes a El País Semanal. "Pero descubrí que los machos pueden compartir carne con una hembra aunque no esté aún en celo. Eso significa que podrá copular más con ella cuando entre en celo".
Cuando llega el momento, un macho puede aparearse hasta veinte veces con la hembra con la que ha compartido la carne, y sólo dos veces con cualquier otra hembra en celo del grupo. La monogamia no existe en los chimpancés. Para Gomes, esta tendencia -una preselección del macho por parte de la hembra a cambio de un bocado de proteínas- es una "especie de trueque, una parte muy importante de cualquier sociedad humana".
Gomes y Boesch publicaron estos hechos recientemente en la revista PLoS ONE. "Es un intercambio a largo plazo. Él comparte hoy la carne con ella aunque no esté en celo. Y ella copulará con él dentro de dos meses. Es casi una relación", dice Gomes. Para Boesch, la conclusión es obvia: "Nuestros hallazgos añaden cada vez más pruebas de que los chimpancés pueden pensar en el pasado y en el futuro, y que esto influye en su comportamiento presente".
Los estudios de campo están cambiando la imagen que teníamos de los chimpancés. En realidad, la pregunta no es si ellos se parecen a nosotros, sino cuánto hay de ellos en nosotros. Hace veinte años, la idea de "humanidad" habría parecido simplemente absurda. Hoy no. Los grandes simios -chimpancés, gorilas, bonobos y orangutanes- se comportan como un espejo en el que descubrimos rasgos que antes pensábamos que eran exclusivamente nuestros. "Los chimpancés son muy xenófobos", asegura Gomes. "Son criaturas pacíficas con miembros de su propia comunidad, pero con los vecinos su tolerancia es cero; algo muy característico de los seres humanos. Forman grupos que van en busca de enemigos para atacarlos". También existe la otra cara de la moneda. "La relación entre madre e hijo puede durar toda la vida. Las madres son muy protectoras".
Frans de Waal, psicólogo en la Universidad de Emory (Atlanta) e investigador en el Centro Nacional de Investigación de Primates en Yerkes, el mayor de Estados Unidos, es uno de los primatólogos más respetados del mundo. "Todos los grandes monos poseen una personalidad tan poderosa que hace que nos veamos reflejados en ellos con sólo un contacto visual", indica a El País Semanal por correo electrónico. No hay que ser un experto. Basta una visita al zoológico y mirar a un chimpancé o a un gorila a los ojos. Así lo cuenta De Waal: "Sentimos que somos similares, y ese sentimiento es mucho mayor del que se desprende con otros animales. No es cuestión de que los primates puedan mirarnos directamente a los ojos; porque también hay otras especies con visión binocular, como los gatos o los búhos, y no nos pasa eso. Es la mente que percibimos que está detrás, el deseo, la reflexión, las emociones. Y todo eso resulta tan parecido a nosotros que cuando los occidentales se encontraron con los monos por primera vez en los zoológicos, a principios del siglo XIX, en París y Londres, se disgustaron ¡Sí, fue un disgusto!". Las razones, nos dice este experto, radican en que los monos recordaban a los visitantes demasiadas cosas sobre ellos mismos, violando la norma establecida entonces por la religión que dictaba que el hombre no era un animal, sino algo muy diferente. "Esta separación es fácil de mantener cuando miramos a un conejo o un ave, pero con los monos nos colocamos en una posición problemática, y la gente no termina de acostumbrarse".
Con motivo del bicentenario del nacimiento de Charles Darwin, De Waal acaba de publicar un ensayo en la Fundación John Templeton cuyo título es explícito: ¿Explica la evolución la naturaleza humana? Obviamente, dice el mono. "Convivo a diario con chimpancés y bonobos. Y como nosotros, luchan por el poder, disfrutan del sexo, buscan seguridad y afecto, matan por su territorio, y valoran la confianza y la cooperación. Usamos teléfonos celulares y volamos en aviones, pero nuestra construcción psicológica sigue siendo la de un primate social". El chimpancé suele ser el objeto de estas comparaciones por su similitud genética con los humanos, pero De Waal describe experimentos en los que los monos capuchinos buscan recompensas para sus semejantes a pesar de que ellos no ganan nada en el intento; el carácter desinteresado y filantrópico tampoco es exclusiva nuestra.
Los gorilas llevan años demostrando habilidades más que sorprendentes, desarrolladas gracias al continuo contacto con las personas. The Gorilla Foundation es una organización sin ánimo de lucro, fundada por la psicóloga Penny Paterson, de la Universidad de Stanford (California), hace más de un cuarto de siglo. Comenzó con su encuentro casual con una cría de gorila llamada Koko en el zoo de San Francisco. Tras un año de aprendizaje, Koko ya sabía manejar 25 palabras en el lenguaje americano de los signos. Ahora sabe más de 1.000. En la propia web de la fundación hay un vídeo donde Koko se dirige al internauta. El animal se palpa el hombro derecho, el pecho y la nariz para decir "soy un buen gorila"; se lleva los dedos a los ojos como si estuviera llorando para expresar que está triste, o golpea el puño de su mano derecha contra la palma de su mano izquierda para pedir ayuda. De acuerdo con esta fundación, Koko es capaz de pintar un ave, entender el inglés o inventar nuevos términos como "pulsera para dedo" para describir un anillo. Es el gorila más famoso del mundo después de King Kong. Hace unos años, un grupo de médicos de la Universidad de Stanford se reunieron para tratar a esta celebridad. Koko tenía dolor de muelas, y lo explicó haciendo gestos de dolor y señalando su boca, describiendo un nivel de dolor entre ocho y nueve en una escala de diez. Como necesitaba anestesia, los médicos aprovecharon para hacerle un chequeo completo de cinco horas: ecocardiograma, radiografías, escáneres de ultrasonidos, colonoscopia, broncoscopia, revisión ginecológica (por lo visto, la gorila había expresado su intención de tener descendencia) e incluso chequeo de arterias. ¿A qué conclusiones llegaron? "El exterior puede ser muy distinto, pero por dentro se parece mucho a los humanos", indicó el cardiólogo David Liang a la revista Stanford Report, editada por la universidad. "Aparte de las proporciones, todo es muy parecido". En su opinión, cualquier doctor que viera las imágenes del corazón de Koko no podría asegurar que no fuese humano.
Koko, es un caso extraordinario -sometido a continuos debates y polémicas- que ilustra cómo un gran simio puede adaptarse para vivir en una sociedad humana. Sin embargo, hay dos personas en el mundo que han entendido mejor a los grandes simios en su hábitat que ningún otro científico: Dian Fossey, que se adentró en el universo de los gorilas de montaña en Ruanda -y que murió asesinada a machetazos el 26 de diciembre de 1985, probablemente a manos de cazadores furtivos-, y Jane Goodall, que llegó a África para estudiar a los chimpancés y descubrir aspectos sobre ellos absolutamente desconocidos. Goodall, cuyo instituto (www.janegoodall.es) busca sensibilizar a las jóvenes generaciones acerca del mundo de los grandes simios y el cuidado del medio ambiente, ha charlado telefónicamente con El País Semanal. "No pienso en los grandes simios como una clase de humanos, porque nosotros mismos somos simios. Ahora sabemos mucho más sobre similitudes en cuanto a comportamiento y biología. Cualquier distancia entre nosotros y ellos es cuestión de grado".
Los chimpancés son capaces de razonar, de tener emociones similares a las nuestras y de establecer relaciones familiares que pueden durar hasta 60 años, en palabras de Goodall, sin duda la mayor autoridad mundial en este asunto. Nuestros s son idénticos en más de un 90% -hay estudios que sugieren sólo un 1% de diferencia, mientras que otros apuntan a porcentajes algo mayores-; aunque esta primatóloga advierte de que los seres humanos también compartimos el 50% de nuestros genes con las moscas de la fruta. La clave que nos distancia no está ahí, sino en el sofisticado lenguaje humano. "Podemos enseñar a nuestros hijos y planificar futuros lejanos, entablar debates� Eso es lo que ha desarrollado enormemente nuestro intelecto; de ahí que no tenga sentido comparar ni al chimpancé más inteligente con cualquier humano".
La experiencia de Jane Goodall encierra un testimonio fascinante que marcó el estudio de los grandes simios durante el siglo XX. Los chimpancés hablan entre ellos. Y ella aprendió a escucharlos: llamadas ligadas a emociones del tipo "aquí estoy", "he encontrado comida que vale la pena", "esto me asusta", "estoy triste", "me han atacado" o "necesito ayuda". También se expresan mediante gestos, posturas, besos. "Los chimpancés son muy conservadores. Nunca habían visto a un primate blanco como yo, y huyeron". Sin embargo, y de forma gradual, fueron acostumbrándose a su presencia. Y uno de ellos, al que llamaría posteriormente David Greybeard, fue quien rompió el hielo. "Perdió el miedo antes que los otros, se os plátanos y empezó a acostumbrarse a mí cada vez más". La reacción de su grupo fue hostil al principio, al considerarla como un depredador: gritos, intimidaciones, ramas arrojadas. Pero Goodall se mantuvo firme, hasta ganarse su confianza, y pudo acercarse a ellos lo suficiente como para reconocerlos como individuos. Sin embargo, y a medida que ella acumulaba experiencias valiosas, se topó con otro aspecto más tenebroso: los chimpancés se embarcaban en guerras. "Fue todo un shock descubrir que, como nosotros, tienen un lado oscuro, que son capaces de cometer actos de extrema brutalidad, la mayoría de las veces entre miembros de comunidades distintas". Hay patrullas que barren sus territorios, y si encuentran a dos individuos aislados, pueden atacarlos e incluso despedazarlos.
A pesar de ello, la cultura, entendida como un método de aprendizaje mediante la observación, la imitación y, especialmente, la transmisión de una generación a otra, encaja perfectamente en el universo chimpancé. A lo largo de África se han catalogado comunidades que fabrican instrumentos de una manera diferente según el grupo -el uso de ramas como palitos para extraer termitas o herramientas para cascar nueces-, y esa diversidad, las distintas formas que tienen de usar esos objetos naturales, "es uno de los aspectos más fascinantes". Y añade Goodall: "Lo triste es que quizá nunca lo sepamos, pues mientras estamos hablando usted y yo, las poblaciones de chimpancés siguen desapareciendo por culpa de la deforestación y el crecimiento de las poblaciones humanas".
Señala que cuando inició sus observaciones en África, en 1960, la población de chimpancés rondaba los dos millones de individuos; hoy, como máximo, pueden quedar unos 300.000, la mayoría aislados en pequeños grupos.
La organización Proyecto Gran Simio / España, que busca otorgar derechos morales -la libertad individual, el derecho a la vida y a la no tortura- a los grandes antropoides, dibuja una situación dramática. En palabras de Pedro Pozas, director ejecutivo, "la situación de los grandes simios en sus hábitats resulta deprimente; a este ritmo, en menos de diez años las poblaciones principales habrán desaparecido para siempre". Aporta datos estremecedores: en Costa de Marfil se ha extinguido en los últimos diez años el 90% de las poblaciones de chimpancés; en Indonesia, el 80% de las selvas ha sido talado, con el perjuicio consiguiente para los orangutanes. Esta organización elaboró una proposición no de ley -que fue aprobada en 2008 en el Congreso de los Diputados- sobre los derechos de los simios, con el objetivo de animar al Gobierno a impulsar una Ley de Grandes Simios, aunque el asunto ha quedado aparcado. "Es algo que apoyo, aunque no es en lo que quiero centrarme y dedicar personalmente mis energías", concluye Goodall. "Tenemos derechos humanos desde hace mucho tiempo, pero se violan a diario. Basta leer la prensa. Prefiero trabajar sobre nuestra responsabilidad como seres humanos y enseñar a los niños a tratarlos con más respeto".

elpais.com

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