lunes, 2 de noviembre de 2009

Tartamudez: hay casi un millón de personas que la padecen


Fabiola Czubaj
LA NACION
La tartamudez, como el resto de los problemas al hablar, suele ser objeto de burlas o chistes. Sin embargo, la prolongación de un sonido o la repetición de una palabra en una conversación son muy comunes. Pero en casi un millón de argentinos, esa alteración involuntaria de la fluidez del habla (disfluencia) es tan impredecible como angustiante durante las actividades diarias, como hablar por teléfono o pedir algo en un quiosco.
"Hay situaciones que una debe atravesar a diario y no puede evitar, a las que muchas veces tememos porque nos exponen con nuestra tartamudez, como presentarnos, hacerle un pedido a un delivery o en un restaurante, hablar en público, leer en voz alta? En fin, momentos de interacción con los otros, en los que el foco está puesto más en el habla", dijo vía e-mail desde su lugar de vacaciones María, una contadora de 28 años.
Aseguró que toda su vida fue "una chica que a veces se traba". Aunque su tartamudez es moderada, aclaró: "Me desgasta mentalmente el esfuerzo para que no se note". Hace 12 años, la disfluencia apareció de repente, cuando menos lo esperaba. "Estábamos en una clase de inglés leyendo un texto y a cada alumna nos tocaba un párrafo por turnos, según la disposición en el aula. Cuando me tocó a mí, me trabé en una palabra y todas mis compañeras se rieron. Fue una situación muy desagradable. Tenía 16 años", recordó. Enseguida, comenzó el tratamiento.
La tartamudez, que afecta a unas 840.000 personas (2% de la población), es un trastorno neurobiológico que se puede controlar. La mitad tiene algún familiar cercano (abuelos, tíos o padres) que también tartamudean y los varones son los más vulnerables (4 por cada mujer). "En la gran mayoría de los casos, la disfluencia aparece cuando los chicos empiezan a armar la palabra-frase, a comunicarse, es decir, entre los 2 y los 5 años", explicó la licenciada Mara Luque, fonoaudióloga especializada en tartamudez en las universidades de Iowa y Pensilvania (EE.UU.) y docente de ese trastorno en la carrera de fonoaudiología de la UBA.
A esa edad, la tartamudez tiene características que vale la pena identificar para consultar rápidamente con el pediatra y el fonoaudiólogo para confirmar o descartar el diagnóstico. "Es cíclica, lo que hace que los padres la noten un día o una semana, y que desaparezca para reaparecer al poco tiempo. Generalmente, son repeticiones de sonidos, sílabas o palabras, y sonidos tensos prolongados", precisó Luque, de la International Fluency Association y la Asociación Argentina de Tartamudez (www.aat.org.ar).
Se sabe, también, que las personas disfluentes no se traban cuando cantan o rezan, y que lo hacen muchísimo menos cuando están solos, le hablan a un animal o, por ejemplo, leen o hablan con otra persona al unísono. Es frecuente, también, asociar la tartamudez sólo con las repeticiones, como cuando un chico dice: "Quiero una g-g-g-galletita" o "Quiero una ga-ga-ga-galletita" o "Quiero-quiero-quiero-quiero una galletita". Sin embargo, hacer fuerza para avanzar en el habla sería un signo más grave que la repetición en sí.
"Muchos papás dicen: «Antes, mi hijo era tartamudo porque repetía; ahora no, porque hace fuerza con los ojos y lo soluciona». Pero esa tensión se empieza a acumular y aparecen los bloqueos [silencio antes de empezar a hablar] y las prolongaciones ["¿Co-o-o-ómo te llamás?"], hasta que, de repente, el sonido no sale y necesitan muecas o movimientos corporales, como un golpe con la mano o el pie, que los ayuda a destrabarse, cuando en realidad estamos en un paso mucho más avanzado de la enfermedad", detalló Luque, becaria de la Fundación Americana de la Tartamudez, una ONG que promueve la investigación científica, el trazado del mapa genético de la disfluencia.
Cuanto antes, mejor
Toda apunta a que, desde el momento en que aparece, lo mejor es actuar cuanto antes para revertir los síntomas. Según la especialista, es suficiente que un chico repita con tensión e incomodidad una o más veces un sonido, una sílaba o una palabra como para considerarlo un signo de alarma para la consulta.
Eso es lo que hicieron los papás de Bernardita, de 6 años. Con la participación de ambos y de la maestra en la escuela, el tratamiento dio excelentes resultados. "Aprendió a hablar más lento, a modular y a no ponerse nerviosa", relató Agustina, la mamá. Con su esposo, debieron aprender cómo dialogar con ella en la casa.
"Ahora no parece que tenga disfluencia", dijo Agustina. De hecho, el cambio en un año fue tan pronunciado que, en los primeros informes de primer grado, la maestra estaba preocupada porque no hablaba. "Pero, según el boletín de la semana pasada, Bernardita cambió totalmente su participación en clase", agregó.
Se estima que el 75% de los chicos disfluentes recuperaría el habla espontáneamente. Pero ¿cómo saber si un chico pertenece al 25% restante? "Por eso es tan importante la consulta fonoaudiológica, en la que se evalúan los factores de riesgo, la herencia, y se les dan a los padres pautas de vigilancia", dijo Luque.

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