jueves, 12 de noviembre de 2009

ÚLTIMAS NOTICIAS DEL CEREBRO


Ahí va uno. Ahí va otro. Y otro más. Pocos –casi ninguno– de los siete mil millones de seres humanos que a diario se despiertan, comen, se angustian y alegran, duermen y sueñan sobre otros mundos en este mundo se percatan de la existencia de un zumbido hueco, uno que está ahí incluso antes de que el ser humano comenzara a llamarse a sí mismo ser humano: aunque silenciosos e imperceptibles para la imaginación más aceitada, los impulsos nerviosos vuelan a velocidades hipersónicas a lo largo de un cosmos interno tan o más interesante que el cosmos externo.
Esos chispazos conforman la verdadera banda sonora de la humanidad, un soundtrack eléctrico y bioquímico, que revela una conversación permanente: el diálogo fruicioso de las neuronas, aquellas estrellas invisibles que alfombran y pueblan el interior de nuestras cabezas. Y al hacerlo, nos hacen ser tal cual somos.
Así es el cerebro, aquella masa gelatinosa y gris de pliegues casi infinitos, invisible hasta que uno hace zapping en la madrugada y cae, desorientado y sin rumbo, en uno de los tantos canales científico-médicos que glamourizan las ciencias y desnudan con música de striptease al órgano rey, el gran dictador que todos –sea uno de izquierda o derecha– llevamos dentro.
No hay objeto más misterioso y complejo en el universo, capaz de disparar más preguntas que respuestas. Y los neurocientíficos lo saben: son ellos –y ellas– los que meten las narices (y desde ya, sus propios y particulares cerebros) en una de las más grandes fronteras de las ciencias, aquella sacudida en los últimos años por grandes revoluciones. Eso se ve en el mundo y en la Argentina donde de a poco se va conformando una comunidad local e interdisciplinaria de neurólogos, físicos, matemáticos y psiquiatras orientada a comprender esta especie de nuez de 1,4 kilogramos y cien mil millones de neuronas (tantas como la cantidad de estrellas en la Vía Láctea).
Y ya no vale estudiar únicamente al cerebro enfermo: ahora todos los cañones apuntan a desentrañar cómo toma decisiones, qué es la conciencia, qué rol juegan las emociones, el origen de la creatividad, la memoria, el lenguaje y demás actividades cognitivas que se aplican en la vida diaria.
DERRIBANDO MITOS.
Si la primera mitad del siglo XX fue la era de la física y la segunda parte la era de la biología, el principio del siglo XXI es la era de las ciencias del cerebro-mente, o sea, de las neurociencias cognitivas que hace tiempo abandonaron aquella época oscura en la que la neurología clásica (y su precursora, la frenología) consideraba al cerebro como un mosaico de áreas o sistemas cada uno de ellos con una función bien definida y delimitada.
“Somos cerebros con patas”, dice el biólogo y divulgador ubicuo Diego Golombek, moderador en el Primer Diálogo Abierto sobre el Cerebro, organizado por INECO (Centro de Estudios de la Memoria y la Conducta) en celebración de su cuarto aniversario. Y sigue el autor de Cavernas y palacios, un libro de lectura fundamental para adentrarse en la materia: “El cerebro guía nuestras decisiones, nuestra atención y memoria. Gran parte de lo que somos está comprimido en él. Son temas que uno se pregunta todo el tiempo, en el colectivo, en la casa o en charlas con amigos”.
La abundancia de preguntas es obvia. Al fin y al cabo, el estudio de la conciencia no tiene más de cien años. Aun así, paso a paso, van aflorando las respuestas en un campo en el que se sepultan a diario mitos bien anclados al sentido común y se confirman verdades.
Mito derribado número uno: aquel que dice que sólo usamos el 10% de nuestro cerebro, una afirmación que, si se la rastrea como un arqueólogo, encuentra su origen en los textos del estadounidense Dale Carnegie, autor de libros de autoayuda, quien citó mal un pasaje de William James. “El cerebro humano funciona siempre al máximo de su capacidad –indica Iván Izquierdo, investigador de la Universidad Católica de Rio Grande do Sul en Porto Alegre, Brasil, y especialista en memoria–. Eso de que sólo usamos el 10% del cerebro es una imbecilidad. El cerebro funciona como un auto subiendo una pendiente. Más que eso no puede, por más drogas que se tomen. No hay medicamento que mejore la memoria normal. Lo que sí hay son fármacos que mejoran la memoria que no funciona bien, por ejemplo gente con mal de Alzheimer”.
El segundo mito demolido es aquel que señala que la gente con alto coeficiente intelectual (o IQ) y que sólo tuvo 10 en el colegio es más inteligente. “Las mediciones del coeficiente intelectual no sirven –remarca el neurólogo Facundo Manes, creador y director de INECO–. La inteligencia social prevalece muchas veces sobre la analítica”.
EL ÓRGANO DE LA CIVILIZACIÓN.
Según los propios neurocientíficos, la ciencia del cerebro está hoy donde estaba la química inorgánica en los días de Mendeleyev, o en la época pre-newtoniana en física. Aun así, van aflorando algunas respuestas. Por ejemplo, el rol de los lóbulos frontales, considerados por el gran neuropsicólogo soviético Alexander Luria (1902-1977), “los órganos de la civilización”: son el último logro en la evolución del sistema nervioso. Sólo en los seres humanos (aunque también en cierta medida en los grandes simios) alcanzan un desarrollo tan grande.
“Son el CEO del cerebro, el líder, el director de orquesta que coordina los mil instrumentos de suenan y activan –describe Elkhonon Goldberg en El cerebro ejecutivo–. Sin ellos, la civilización nunca podría haber surgido. Ahí reside la intencionalidad del individuo, el juicio. Son cruciales para la imaginación, la empatía, la identidad. Ellos encierran los impulsos, las ambiciones, la personalidad, la esencia individual, la previsión y planificación. Los lóbulos frontales nos hacen humanos”.
Por eso, esta zona de la corteza cerebral es una de las favoritas de los nuevos detectives de la mente. “A mí me interesa estudiar el cerebro social –cuenta Jean Decety, jefe de laboratorio de Neurociencia Cognitiva Social de la Universidad de Chicago, Estados Unidos, que se dedica a escanear los cerebros de presos en cárceles estadounidenses–. No pudimos haber sobrevivido como especie sin haber sido seres sociales. Uno de los aspectos del cerebro social es la empatía. O sea, me interesan preguntas como ¿por qué nos preocupamos por los otros? ¿Por qué a veces somos altruistas y otras veces somos egoístas? Así nos moldeó la evolución. La gente sin empatía es psicópata”.
Un enfoque similar es el de Mario Méndez (Universidad de California, Estados Unidos). “Hoy sabemos que la función principal del cerebro humano es lo social –cuenta–. Sobrevivimos porque usamos el cerebro para formar grupos”.
Otra área candente, por ejemplo, es la que estudia la toma de decisiones. Lo que han mostrado las neurociencias es que la mayoría de los juicios humanos no son conscientes. “Desde que nos levantamos vivimos tomando decisiones y uno no tiene tiempo de procesar los pros y los contras de cada decisión –explica Manes–. Se ha demostrado que factores emocionales de experiencias previas influyen en la toma de decisiones. Algunas llegan a la conciencia pero la mayoría no”.
La elección de terminología similar a la del psicoanálisis no es casual: los actuales neurocientíficos no buscan chocar con los intelectuales del diván si no incluirlos en la misma causa. “Somos los continuadores de Freud”, dice el argentino Tristán Bekinschtein (Universidad de Cambridge). Y se gana los aplausos.
EL VIAJE CONTINÚA.
Así como se avanza en este campo, “el gran misterio a resolver” según el filósofo Daniel Dennett, también se abandonan clisés, lugares comunes, como el de comparar el funcionamiento del cerebro con el de una computadora o un gran archivo. Una metáfora inservible si se tiene en cuenta que las computadoras no son plásticas y moldeables por la experiencia como los cerebros y que no tienen niñez ni adolescencia como los seres humanos, época crucial en el desarrollo del juicio.
Aún en pañales, las ciencias del cerebro ya despegaron en un viaje hacia la intimidad del ser. Y Josef Parvizi (Universidad de Stanford) lo sabe bien: “En el fondo, nuestro objetivo es entender la naturaleza humana. Recién ahora comenzamos a darnos cuenta de que los seres humanos no somos tan racionales como creíamos –advierte–. La ciencia no es ganar un premio Nobel o hacer descubrimientos, sino entender nuestra naturaleza”.
El ABC del ACV
Los datos son tan contundentes que agregar cualquier palabra de más molesta: en la Argentina cada cuatro minutos una persona sufre un ataque cerebrovascular o ACV.
Dato dos: el ataque cerebral es la tercera causa de muerte en el mundo y es la primera causa de discapacidad en adultos (la Organización Mundial de la Salud estima que 5,5 millones de personas mueren cada año por ACV). Y hoy, en el país, gran parte de la población no sabe qué es y, peor, tampoco quiere saberlo.
“Hace 20 años, Canadá estaba como nosotros estamos ahora, en un estado de desconocimiento absoluto. Y se propusieron cambiar. Ahora tiene los mejores estándares en el mundo.
Primero, lo importante es mostrar y divulgar con campañas qué es un ACV. Muchos ven esto en la tele y cambian de canal”, cuenta el neurólogo Luciano Sposato, director del Centro de Stroke del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro.
–¿Y? ¿Qué es un ACV?
–Es un problema neurológico. Se produce por un problema en las arterias que llegan al cerebro: o se tapan o se rompen. Si se tapan se produce un infarto igual que en el corazón y si se rompen producen una hemorragia. En los dos casos se produce muerte neuronal. O sea, las neuronas no se reproducen. Las secuelas dependen de la zona en el cerebro en la que se haya producido.
–¿Y cómo se detecta que una persona está sufriendo un ACV?
–Los principales síntomas son debilidad o adormecimiento de la mitad del cuerpo: cara, brazo, pierna. También se da confusión o dificultad para hablar, problemas repentinos para ver con uno o los dos ojos y dolor de cabeza súbito y muy fuerte.
–¿Están identificados los factores de riesgo?
–Se sabe que se van acumulando a lo largo de la vida. El ACV por lo general es más frecuente a partir de los 55 años, pero eso no quiere decir que no haya casos en gente joven. Hay una relación muy fuerte con el corazón. Junto al cerebro son los órganos fundamentales. La mayoría de los pacientes cuenta que en la semana previa a tener el ACV “tuvieron un disgusto” o una situación importante de estrés. Todos estamos sometidos a cierta cantidad de estrés pero varía nuestra capacidad de adaptarnos.
–¿O sea, uno puede tener un pico de estrés un lunes y tener un ACV el viernes?
–Sí. No es de un día para el otro.
–¿Qué no se sabe del ACV?
–Hay factores de riesgos que desconocemos. Lo que se sabe es la existencia de perfiles de riesgo: tener hipertensión arterial, diabetes, enfermedades del corazón y fumar, por ejemplo. Los hombres sufren más ACV que las mujeres, aunque no se entiende muy bien por qué ellas tienen más secuelas y tienen menor respuesta a los tratamientos.
–¿Cuántas personas tienen secuelas?
–El 30% muere el primer mes. El 20% queda sin secuelas y el resto queda con secuelas severas o moderadas. Una persona que tuvo un ataque cerebrovascular tiene más riesgo de tener otro que una persona que nunca tuvo uno. Los médicos deben trabajar como detectives en casos de ACV para averiguar por qué se produjo.
criticadigital.com

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