viernes, 23 de abril de 2010

El 'síndrome del espejo mágico'

- ¿Quién fue el culpable? Eso mismo preguntó Bob Dylan en una canción a propósito de Marylin. La respuesta fue: "Yo, respondió la ciudad". Ahora me pregunto: ¿Quién mató a Michael Jackson?: "Yo, respondió Neverland". Paráfrasis aparte, lo cierto es que a Michael le han matado muchas cosas: la genialidad (los genios mueren pronto), el éxito y la fama (tan ansiados como agotadores), la pantalla global (que desvela y crucifica), pero sobre todo "los espejos de Neverland". Ya lo dijo Borges (Orbis Tertius): "...los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres".
Pero a la madrastra de Blancanieves el espejo le dolía aún más, pues siempre habría otra más bella. Y es que los espejos son mágicos y sinceros, quizá demasiado. Y nunca ha habido tantos espejos, ni tan sinceros como ahora. Quizá por eso a algunos les cuesta tanto contemplarse en ellos.
Padecen una necesidad excesiva, compulsiva, morbosa, de estar, o sentirse, o parecer bellos, o eso que ellos consideran bello. Muchas mujeres sufren esa especie de "síndrome del espejo mágico". Y no sólo mujeres, cada vez más hombres. Es algo tan común en nuestra sociedad posmoderna que casi no hace falta describir a qué me refiero.
Casi nadie, ni siquiera los más bellos se sienten realmente perfectos ante el espejo justiciero. Y las consecuencias son peligrosas. De ellas se derivan muchos trastornos de la conducta típicamente postmodernos, como la bulimia y la anorexia o la adicción a la cirugía estética.
Recuerdo una paciente real, pongamos que se llamaba Blanca, que tenía fobia a sentirse y que la vieran pálida. Era tal su congoja que se encerraba en su casa y se tapaba todo el cuerpo para que nadie la viera. Lógicamente su piel estaba blanca de no salir, pero no era albina, y sin embargo a ella le daba pánico mirarse al espejo y verse tan blanca, aunque no lo fuese tanto. Necesitaba sentirse y ser morena, como tantas personas que cada verano se exponen compulsivamente al sol, y algunas llegan a sufrir una verdadera adicción, llamada 'tanorexia'.
Algunas de esas personas padecen un 'trastorno dismórfico corporal', caracterizado por la preocupación excesiva y desproporcionada por algún defecto imaginado o mínimo del aspecto físico, que les genera un intenso malestar emocional y deterioro de la actividad social, laboral o de las relaciones, que a veces llega a ser muy grave.
Dicen que Michael odiaba la negritud y sus grandes narices, que necesitaba sentirse blanco y de rasgos caucásicos. Y seguramente eso le generaba enormes sufrimientos, ansiedades, angustias, depresiones. Obviamente no conocemos en detalle su 'historia clínica', y quizá no sea justo emitir ningún diagnóstico, pero poco importa. Él era un símbolo de ese espejo global que acosa a la belleza y la tranquilidad de tantos seres humanos inseguros, débiles, desconcertados, que fácilmente caen en las trampas de sus espejos, o en las garras de sus acólitos: madrastras odiosas, falsos estetas, publicistas mercantes, estafadores del bisturí, psicomagos chamanes, etc.
Vivir en la genialidad, o en la fama, o en el escaparate de los espejos es arriesgado, fatigoso, extenuante. No es extraño pues que la enfermedad psíquica aceche y acose a los más desvalidos, a los más inseguros, a los más frágiles, y les someta a sus cadenas y torturas. Quizá como a Michael, quizá como a Marylin. De ésta acabamos de conocer los secretos de sus últimos meses de vida, compartidos con un psiquiatra que no supo ni pudo salvarla. Eran otros tiempos.
Quizá hoy las cosas hubieran sido diferentes: ¿tal vez con un simple antidepresivo?

¿Y Michael? ¿Acaso tenía psiquiatra o psicólogo? ¿Y si le hubieran diagnosticado una dismorfofobia y hubiera dado un simple antidepresivo en vez de tantos sedantes? ¿Habría podido eso aliviarle de sus fantasmagorías especulares? ¿Y si le hubieran hecho terapias con más plática y menos plástica?
No sabemos si tenía psiquiatra; al menos nadie lo ha dicho. Tampoco sabemos si había tomado antidepresivos, pero entre la enorme lista de fármacos que al parecer tomaba no había ninguno. Y es que ya se sabe que los genios sufren mucho, y mueren jóvenes, y tienen muchos espejos, y no les gusta ir al psiquiatra, pero tal vez con un simple antidepresivo...

Jesús J. de la Gándara es psiquiatra y jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Asistencial de Burgos.

elmundo.es

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